por Lica Cecato18 DE ABRIL DE 2021
Lica Cecato es una música y artista visual brasileña. Vive entre Río, Venecia y Tokio. En todas partes, durante un año, ha visto al mundo entrar en esta extraña oscuridad. Ella cuenta su historia en texto e imágenes.
Me gusta caminar, a veces en la oscuridad, a veces en la luz. Algunas calles son tan estrechas que resulta imposible. Me rindo y empiezo a pensar en estas callejuelas como en túneles, porque muchas de ellas se detienen en un callejón sin salida, justo en un canal. La ciudad fue construida para los que tienen un barco. Caminamos sobre el agua, una especie de milagro.
Camino todos los días por las calles vacías de Venecia, una ciudad que visito y amo desde hace cuatro décadas. Hice una serie de fotos sobre papel Fabriano para la exposición Reflexos e Reflexões en Río de Janeiro, en el Martha Pagy Escritório de Arte. Se inauguró el 10 de marzo de 2020... una semana antes del primer cierre. Estas imágenes mostraban sólo los reflejos en las aguas de Venecia, con sus misterios y efectos, no se incluyeron personas. En retrospectiva, lo veo como una especie de premonición. Sólo estaba la fascinante belleza de esta ciudad acuática, vaciada de su población. Un reflejo en el agua no tiene la calidez del cuerpo humano, es una escultura móvil que siempre está cambiando, desapareciendo y renaciendo cada segundo, una evanescencia que es un gran regalo para los que viven aquí.
He vivido la pandemia en tres países muy diferentes, Japón, Italia y Brasil. Pero Venecia ha reaccionado a la situación de una manera única. Se ha convertido en una novela sin personajes, en un cuadro abandonado por la vida, en una obra que ha tomado la dirección equivocada. No hay llave para salir de esta trampa, ni palabras. Sólo las imágenes quizás....
Mover la silla, girar la mesa, sentarse en el sofá, ordenar los armarios, mirar por la ventana, y desde la ventana ver otras ventanas. Cocinar, lavar, tocar la guitarra, hacer un dibujo, ver una película, escribir, encender la televisión, levantarse, limpiar, escuchar música, sacar la basura. Enamorarse de alguien que nunca conocerás en la vida real, o al menos no hasta que la pandemia termine. Escapadas.
En todos los aeropuertos por los que he pasado, las mismas escenas del fin del mundo, tiendas cerradas, pasillos interminables, silenciosos y desiertos. El silencio lo ha engullido todo. El carnaval que no llega, nuestra Semana Santa recluida, nuestro verano sin duda desperdiciado. Los ángeles desaparecen entre las piedras, las puertas se cierran, un extranjero se pierde, una gaviota pasa en el cielo, y al mismo tiempo nuestra voluntad, nuestros gustos, nuestros deseos se evaporan. La sangre de los periódicos va a manchar la luna. Nadie quiere sufrir. Probablemente haya un lugar donde podamos dormir, soñar o estar inquietos, pero no es aquí ni ahora.
Contagio en las bodegas de los barcos, los ríos, los aviones. Llevamos la muerte. Aquí, otra mesa y dos sillas de madera. Las piedras cuentan historias que se remontan a miles de años, la madera cuenta la historia de aquellos viejos que, ayer mismo, se reunían para jugar a las cartas, contar chistes, beber un vaso de vino. Los escaparates del mundo están vacíos.
El mundo se ha detenido en un charco de sangre.
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